—¡Vamos, Trenton!
—GiGi, no corras.
Giovanni corría noche y día hasta encontrar a Trenton, o para evitar que lo encontrara en un juego. Ambos amaban correr mientras sus madres lloraban por el apenas concretado divorcio, fue una enorme casualidad que ambas se divorciaran en el mismo año; de haber sido otras mujeres, su separación las hubiera distanciado ya que la mamá de Giovanni era hermana del padre de Trenton. Ambos niños habían logrado unirlas traspasando los lazos y obligaciones familiares. A pesar del dolor que la madre de Giovanni sintió al dejar ir a su hija con su padre aún tenía el placer y la compañía de ese niño y su madre; por lo menos en ese momento, era lo último que quería que se acabara.
—Me atrevo a afirmar un milagro entre estos dos.
—Aún no puedo creer lo bien que se llevan, Trenton apenas tiene amigos en la escuela. Así que el milagro nos llegó a las dos.
—Salud por eso.
Al día siguiente, decidieron ir a la misma juguetería para comprarle a Giovanni su primera bicicleta, se les unió su hermana, Alice, una hermosa niña con cabello café oscuro y de mediana estatura. Su cabello le llegaba a la mitad de la espalda y lo dejaba caer con mucho orgullo, sosteniéndolo del frente con solo un broche. No había duda que Alice era hermosa y parecía que Giovanni tomaba un poco su rumbo con la piel igual de bronceada y su cabello del mismo tono tan intenso. Por lástima, Alice no era por dentro ni la mitad de resplandeciente que su belleza exterior.
Ese día, Alice había reprobado la mitad de sus asignaturas y su padre la había mandado de vacaciones con la esperanza de poder dejarla con su madre. Mientras ambas discutían con lagrimas en los ojos sobre el futuro y presente escolar de Alice, ambos niños jugaban como si el tiempo no importara. Giovanni escapaba de Trenton y con la velocidad del niño apenas podía sostener el aliento.
Y se hizo tarde.
Pasaron nueve años.
Y siguieron corriendo.
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