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EL FIN - DULCES, TRUCOS Y UN VIRUS.

EL FIN V

BASE “URANO”. EL DÍA DEL FIN.
Era un día común y corriente, Andrea, en nombre clave, debía recoger a sus hijos a las tres de la tarde de la secundaria y hacer las compras antes de ir por ellos. En la lista había productos orgánicos, no se podía comer otra cosa en su casa que no fuera orgánico. Tal vez esa fue la razón por la que su esposo, ahora muerto, la había abandonado dos días antes. Andrea fue al psicólogo a tratar de entender por qué se sentía tan apagada; sus hijos ya no llenaban sus días de alegría como lo solían hacer.
Se estaciona en el supermercado cuando una señora se le acerca, vende chocolates, no orgánicos, a un precio más económico del supermercado. La idea de comer algo no orgánico se le viene como un reto, hacía dos años que se aseguraba del origen de cada producto que metía a su casa pero, ese día, el chocolate pudo más que ella. Se lo compra a la señora y se encierra en el coche, con una enorme sonrisa de oreja a oreja como un niño después de dar su primer beso. Quita el envoltorio de plástico y después el de aluminio. Puede saborear cada miligramo de aquel chocolate le sabe a gloria y libertad. Observa el
supermercado y, al dar la última mordida a la golosina, sale del estacionamiento lo más rápido que puede y se dirige a la tienda de dulces.
Al estacionarse en la dulcería, entra lo más rápido que puede a la dulcería, como si fuera a robar el inventario y, al entrar, observa el lugar: en cada centímetro hay colores, dulces de diferentes sabores y texturas. No hay personal, seguro están en el baño, es lo que piensa. Toma una de las bolsas y comienza a llenarla de chocolates, dulces; toma otra, la llena de gomitas y la tercera de paletas. Al formarse en la caja con la tarjeta de crédito dorada, llena con la pensión de su esposo, dispuesta a pagar su “pequeño crimen” se desespera al no ver salir a nadie.
—¿Alguien que pueda atenderme?
Nadie responde.
Andrea está ansiosa, esperando el momento para llegar a su coche y llenar su estómago orgánico de deliciosa y procesada azúcar pero nadie sale. Decide salir a buscar a algún empleado, la calle está completamente vacía. Por su mente corre el llevarse las bolsas sin pagar.
—No, soy una buena ciudadana. Siempre pago mis impuestos a tiempo.
Vuelve a entrar a la dulcería, por fin observa a un empleado en el fondo del pasillo de las gomitas. Respira hondo y recuerda lo elegante y refinada que debe ser una dama criada en la ciudad.
—Hola, le estuve llamando pero no respondía nadie. ¿Podría cobrarme estos dulces para la fiesta de cumpleaños de mi hijo? Es que, ya sabe cómo son los niños, les encantan las caries.
El hombre no responde, ni siquiera por cortesía. Eso enoja bastante a Andrea.
—Lo siento, es que en serio tengo prisa. ¿Podría cobrarme? No importa que no tenga terminal bancaria, también tengo efectivo, mi hijo me está pidiendo a gritos sus dulces y pues, como me dijo mi mamá, a un niño se le puede negar cualquier cosa, menos un dulce. Bueno, yo si le niego los dulces pero hoy es una ocasión especial.
El hombre seguía parado a espaldas de Andrea, cuando por fin decide darle un perfil a Andrea, se da cuenta que tiene el rostro cubierto de baba. Tal vez acaba de lavar el área de las gomitas o los chicles, piensa Andrea. El hombre sonríe débilmente y cae al suelo. Andrea se acerca a ayudarlo a parar cuando se da cuenta que tiene agujeros en cada centímetro de su cuerpo.
—Bueno, muchas gracias joven. Regreso más tarde.
Cuando Andrea corre en dirección a la puerta, toma la bolsa de dulces donde arrojó los chocolates. No tenía si quiera la intención de averiguar qué le pasaba al hombre con sonrisa extraña y lleno de baba amarilla. Al abrir la puerta se topa con un hombre, con cabello largo plateado, con aspecto de mago. Choca
con el hombre haciendo que los dos caigan al suelo. Excepto que el mago no cayó al suelo, levitó. Andrea sin darse cuenta de ese detalle, se levanta del suelo.
—Lo lamento. Si yo fuera usted yo no entraría, hay un hombre adentro que parece…
—¿Muerto?
—¿Ya lo vio?
—Efectivamente, de hecho vengo por él.
—¡Qué pena! Seguro es usted algún pariente.
—Acompáñeme adentro, aún no paga esos chocolates.
Andrea se enrojeció enseguida, seguro el hombre elegante es el dueño de la dulcería. Tiene aspecto a un Willy Wonka con ojos… extraños. Sí, ese hombre es el dueño y el de adentro seguro es un empleado drogadicto y se desmayó.
—¡Qué pena! Es que como no vi a nadie adentro.
El mago la abrió la puerta a Andrea. Ella, tratando de recuperar la dignidad perdida por unos chocolates entró. Había un hombre en la caja, Andrea podría jurar que era el mismo que parecía moribundo pero sin esa baba amarilla y cara de muerto.
—Joven, no lo vi. Salí a buscarlo y me encontré a su jefe, es que tengo una fiesta…
—De cumpleaños—dijo con rostro alegre—no se preocupes, no le diremos a nadie de su secretito. ¿Por qué no abre un chocolate? Para el susto.
El rostro de Andrea se convirtió en un plato blanco, ¿qué está pasando? ¿Será a causa de las pastillas anti depresión? Decidió abrir el chocolate para saber si estaba soñando o no, se abrió perfectamente, colocó el chocolate en su boca y al morderlo, perdió la conciencia.
—Bienvenidos a la base, Urano. Mi nombre es Corona, esto es el fin del mundo.
Andrea se encuentra comiendo el mismo chocolate, ahora dentro de la base “Urano”, preguntándose si, lo que está pasando, es a causa de sus pastillas.


BASE “MERCURIO”. TRES DÍAS DESPUÉS DEL FIN.
Primera base: “Mercurio”. Fue la tercera construida, la más pequeña y diseñada para ejercer control eficaz en los habitantes. Contando con 10 habitaciones conectadas entre sí, la señora Yen podía caminar, a cualquier hora, entre cuartos para vigilar a los sobrevivientes y garantizar su cooperación con el fin del mundo. La base, que no se sabe cómo luce de afuera, parece una mansión por dentro de tres pisos y sus balcones parecen sacados de una película de época.
En esos balcones abarrotados con bellos adornos está parada la persona a punto de emitir el juicio. Los habitantes lo ven bajar cada escalón de caracol junto con dos acompañantes. Parece que flotan sin tocar los escalones. El hombre está vestido completamente de negro, con un moño delgado dorado que parece hecho de oro auténtico. Sus ojos no apuntan a un lugar, ven tu alma y la transportan entre dimensiones. A pesar de ser un ser casi perfecto, transmite un temor increíble en cada una de las personas presentes. Incluyendo a la señora Yen.
Su nombre es Andrew, no es nombre clave, lo fue en la guerra Anti-Vida donde fue el gran salvador de su especie. El día de hoy es lo contrario, Ante los habitantes de la base “Mercurio” se presenta el hombre más poderoso del mundo, esta vez con los ojos llenos de rabia, dispuesto a eliminar a cualquier escoria restante.
—¿Quieren ver un truco de magia, señores y señoras?
Andrew se acerca a Gerard, en nombre clave, un chico de aparentes 18 años, lo toma de la mano y lo lleva al centro de la sala donde están reunidos.
—Señor Gerard. 18 años, atlético, líder de su equipo de fútbol, tenías una novia antes de venir aquí que ahora está muerta. ¿Qué significa para usted estar aquí?
Los ojos de Andrew hacen que el joven pareciera de 45 años, no de 18 y que todo su físico escultural fuera reemplazado por el cuerpo de un gordo oficinista con trabajo a tiempo completo. El habla de Gerard se paralizó en completo al escuchar al mago, por su mente pasa que tal vez sea el último día de su vida.
—Bien, señor Gerard. Parece un poco… impresionado por la situación. Vamos a ayudarle un poco—voltea a ver a la multitud—Señorita Alexandria, acompáñennos en el centro, por favor. Vamos a hacer que usted sea mi asistente.
Alexandria, nombre clave; de 24 años, recién egresada de Economía, soltera pero con tres gatos que ahora están muertos, pasó al centro sin ver los ojos de Andrew que la seguían a cada movimiento, suda a gotas pues siente que los ojos sin vida de Andrew la siguen. Finalmente, se para en el centro cabizbaja.
—Gerard, un hombre… guapo, tenía la oportunidad de ser uno de los sobrevivientes de esta base, pero no puede responder una simple pregunta. --Andrew voltea a ver a Alexandria— Alexandria, desnúdese.
—¿Qué estás haciendo—se atreve a decir Gerard.
—Ayer sentí tu aliento en todo mi cuerpo. ¿Dónde será?, ¡sí!, habitación tres. Tres de veinte. Toda la noche pude sentir como sus manos recorrían mi cuerpo, señor Gerard. ¿Está consciente de que es el fin del mundo?
—No sé de lo que está hablando.
Andrew, al ver que Alexandria no se quitaba la ropa, levantó el brazo; tiene un hermoso anillo dorado en el dedo anular y las manos más delicadas que cualquiera pudiera ver. Al levantar el brazo, la ropa que llevaba puesta Alexandria cayó al piso.
—Yo creo en que los humanos podemos cambiar, señor Gerard. Estoy convencido de ello. Así que penetre a esta señorita en frente de nosotros o no habrá oportunidad de cambio para usted, para Alexandria o para el joven al que, tan majestuosamente, penetró el día de ayer en la habitación tres,
La señora Yen se acerca, alarmada a Andrew.
—Yo no sabía…
—Por supuesto que no, señora Yen. Por supuesto que la base más vigilada de todo el fin resultó ser la menos organizada.
Alexandria llora desconsoladamente en el centro mientras se hinca. A Gerard se le llenan los ojos de lágrimas. Andrew se acerca a Gerard.
—Hace mucho tiempo tuve que dejar a mi amante morir por el bien de la humanidad. Acérquese a Alexandria.
Mientras Gerard intentaba acercarse sin ver el rostro de Andrew, Xavier, nombre clave, de 25 años prepara una sorpresa para el mago.

BASE “NEPTUNO". EL DÌA DEL FIN.
Michael, nombre clave, se encontraba en clase de Química cuando pasó. La clase era la más aburrida de toda la secundaria; tanto Michael como sus compañeros estaban esperando que terminara el sufrimiento de las dos de la tarde e ir a una reunión en casa de una de sus compañeros, habría chicas, cervezas y marihuana. Ni Michael ni sus amigos, ahora muertos, podrían negarse a tales encantos de la vida.
Michael era el mejor de su clase en términos de popularidad, tenía una pasión secreta por la física que no explotaba por medio a pertenecer a un grupo de nerds. Ese día tenía una pequeña reunión con el coordinador de informática, el cual siempre elogiaba sus habilidades frente a la computadora.
—Profesora, necesito ir al baño.
Michael se dirigió al aula de computación donde esperaba su profesor. Al entrar notó que todas las computadoras se encontraban apagadas excepto una, Michael se acercó a la computadora prendida y una imagen salió de ahí, era su profesor de informática.
—¿Señor Greel?
—Hola, Michael.
—No soy Michael, señor, soy…
—Michael, a partir de hoy tu único nombre será Michael.
—¿En dónde está, señor?
—Michael, deberías esconderte, esto se va a poner feo.
De repente la pantalla se puso en negro, se volvió a prender con un anuncio que abarcaba todo el monitor y decía: ERROR 401: SU COMPUTADORA HA DETECTADO LA PRESENCIA DE UN VIRUS TROYANO. Michael, confundido intentó darle clic al anuncio para cerrarlo; en el momento en el que acercó su mano para tocar el mouse, todas las computadoras del salón de informática explotaron, de ellas salía un líquido amarillento y viscozo el cual provocó nauseas en el joven. Se dirigió hasta la puerta y se sorprendió y asustó al notar que la puerta estaba completamente cerrada. 
—Michael— rezó una voz distorsionada proveniente de la computadora del fondo—no intentes escapar. Necesito que lleves un mensaje. 
El líquido viscozo amarillo salió por debajo de la puerta, se arrastraba por ventanas y puertas y, en cuestión de minutos, los gritos comenzaron a sonar. Michael solo podía pensar en que el mensaje que el señor Greel quería que mandara era la única razón por la que estaba vivo, algo estaba pasando afuera, algo que impedía que lucharan pues nadie había tocado a la puerta de ese salón; algo muy poderoso y destructivo proveniente de computadoras.
De la computadora donde minutos antes se había comunicado con Greel, salió un géiser de agua con un aspecto verdoso. Si Michael se atreviera a tocar esa agua o el líquido, sería demasiado tarde. De repente, escuchó que alguien tocaba la puerta del salón.
—No pienso abrir.
—No quiero que lo hagas, Michael.
¿Por qué le dieron un nombre tan común? Michael tiene un enorme instinto de supervivencia pero enfrentarse a un líquido extraño proveniente de una computadora y a un hombre que se sabía su nuevo nombre era demasiado; decidió salir por la ventana. Un sonido lo interrumpió, el sonido era insoportable, lo debilitaba a cada segundo de exposición y se desmayó.
—Bienvenidos a la base “Neptuno”.

El mensaje debe ser enviado en cuanto la balanza baje, Michael no sabe cómo llegó a su mente pero es lo único que debe hacer.

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